Soy una humana que escribe con el corazón desecho, hay situaciones que ocurren de improviso, en menos de un segundo y te cambian la vida. Ayer mi perro estaba conmigo, hoy no tengo la misma suerte.
Era a penas un bebé, así lo veía yo, hace tres meses cumplió tres años, estaba lleno de vida, de energía, siempre tenía ganas de jugar y brindar amor incondicionalmente. Él era mi vida, era mi todo.
Por eso hoy me siento vacía, todavía no puedo creer ni asimilar su partida, no he dejado de llorar mientras trato de comprender lo que pasó y me siento muy culpable por lo ocurrido.
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Ayer, cuando estábamos en el paseo habitual de las tardes, lo atropellaron, fue en cuestión de segundos. Yo sostenía la correa, estábamos a punto de cruzar la calle, mi perrito vio a uno de sus amiguitos, se emocionó, corrió hacia él y la correa se deslizó por mi mano, por desgracia el conductor del coche no pudo frenarse, yo corrí desesperadamente.
Lo sostuve entre mis brazos con la intención de correr a algún veterinario, pero era demasiado tarde, mi perrito ya no respiraba, caminé hacia casa desconsolada. La gente a mi alrededor me ofrecía ayuda, también el señor del vehículo, pero no le hice caso a nadie, estaba perdida.
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Dicen que los accidentes pasan, pero estoy segura de que este lo pude evitar si tan solo hubiera sostenido la correa con más fuerza, de haber sido así, hoy él y yo estaríamos juntos.
No quiero pensar en si sufrió o no, pero es inevitable, por supuesto que su vida no debió terminar así ni tan pronto, era muy pequeño.
Pienso que cuando un perro está enfermo o es de edad avanzada, los humanos se preparan psicológicamente y se resignan a que la vida de su mejor amigo está por terminarse, aunque supongo que el dolor ha de ser muy parecido al que estoy sintiendo.
Pero cuando ocurre de manera inesperada es un shock difícil de superar, no sé cuánto me tarde o si lograré hacerlo.