He escuchado que los albergues para perros no son los mejores lugares para nuestra estancia, es cierto que son muchos los que habitamos en ellos, también que la comida no es tan buena, tampoco nos hacen mucho caso, pero la verdad, cuando llegué a uno de ellos, la tranquilidad volvió a mí, no hubo miedo ni dolor.
Yo tenía un año de edad cuando me compró un hombre, recuerdo que el primer día que llegamos a la que sería mi casa por cuatro años, me dieron agua y croquetas. La verdad no me sentía cómodo, percibía una mala vibra en ese lugar.

Solo vivíamos él yo, nunca me demostró cariño, no jugó nunca conmigo, solo me “entrenaba”, pero no era nada divertido, a veces terminaba muy adolorido, cansado y triste.
A veces veía por las calles a perros que acompañaban a sus dueños a hacer cualquier cosa, estaban muy limpios, los llenaban de amor, comida rica y los llevaban al parque para que jugaran, me daban tantas ganas de ir con ellos.
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Un día todo cambió de lo malo a lo peor, me acuerdo que mi dueño me dijo que ya estaba listo, me llevaron a mi primera pelea de perros, jamás había sufrido tanto ni me había sentido tan decepcionado de los humanos, mi contrincante tampoco la estaba pasando bien, pero él era el que más atacaba, yo me defendía como podía.

Y así pasaron cuatro largos y tristes años, cada pelea era un martirio para mí, me lastimaban demasiado, estuve a punto de morir en dos ocasiones y la verdad, deseaba que así fuera, se acabaría el dolor y la tristeza.
Hasta que llegó el día en el que me trajeron a este albergue, nunca entendí qué pasó realmente, estaba a punto de iniciar una de esas espantosas peleas cuando llegaron muchos hombres uniformados gritando, yo me asusté todavía más y me quedé inmóvil, todos empezaron a correr y a gritar.
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Uno de aquellos hombres agarró a mi dueño, yo lo seguía con la mirada mientras él caminaba, lo subieron a una camioneta y ya no volví a saber de él. A mí me pusieron una correa y me subieron a otra camioneta con el perro con el que pelearía esa noche, todo el camino nos fuimos acostados.

Legamos al albergue y nos dieron de comer, nos integraron con los demás perros y después nos dormimos. Ese día mi vida cambió por completo.
Repito que muchos dicen que estos lugares no son tan buenos, pero para mí fue un regalo que me trajeran aquí. Me respetan, me dan una vida digna y, principalmente, he vuelto a creer y a confiar en los humanos.