Me llamo Lucas, o bueno, así me llamaba en el mundo de los vivos, desde hace cinco años mi hogar es el arcoíris. A penas estoy de regreso, ya ven que en noviembre se acostumbra que los muertos visitan la tierra.
Son días muy emotivos y esas fechas las espero con mucho anhelo, aunque tengo que estar consiente de que solo es un momento y, aunque mi humano, Elías, no me vea ni convivamos como tal, la despedida y el regreso nunca es fácil para mí.
Soy afortunado, hay otros perros que después de que mueren son olvidados, les pasa a algunos de mis compañeritos en este lugar. Ese no es mi caso, cada año mi humano coloca una foto mía y mi juguete favorito en la ofrenda.
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Gracias a esa acción sé qué camino debo seguir para reencontrarme con él y eso me emociona mucho, volver a estar cerca, percibir su aroma, acurrucarme junto a él y sentir ese calorcito que me llena de amor.
Así es cada año, llego desde temprano para pasar el mayor tiempo posible en la que era mi casa. Generalmente Elías está dormido, paso de inmediato a la ofrenda, siempre me deja un pedazo gigante de pizza, es lo primero que llama mi atención, después tomo un poco de agua y al final me acerco a las croquetas para que no se sienta mal.
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Ese día mi dueño trata de quedarse en casa viendo películas o series y ocasionalmente tiene que salir, no importan sus actividades, yo siempre estoy a su lado, son solo unas horas y las tengo que aprovechar al máximo.
Así fue en esta ocasión, solo salió al supermercado y yo lo acompañé, son de las actividades que no podíamos compartir juntos cuando yo estaba vivo, nunca me dejaban entrar. Después regresamos y nos quedamos acostados en el sofá.
No sé exactamente qué sienta él, pero estoy seguro de que asume que, en efecto, voy a visitarlo, noto que se pone nostálgico, ve con más frecuencia nuestras fotos que tiene en su celular y a veces ruedan unas cuantas lágrimas sobre sus mejillas.
Yo también me siento triste, es inevitable que la nostalgia se haga presente, fueron 14 años de compartir anécdotas, sentimientos, secretos, etc. Nos entendíamos a la perfección, desde el primer día que estuvimos juntos, fuimos uno mismo.
Les repito que decir adiós nunca es fácil y esperar un año para volver a estar de alguna manera juntos menos. Cuando es momento de irme él ya está dormido, me recuesto por última vez sobre él y le lamo la mano para después marcharme.
Aunque no esté físicamente con él, yo siempre estoy al pendiente y lo cuido desde el arcoíris. Él lo sabe.