En este texto no describiremos a perros bien portados, que obedecen cada instrucción y nunca se ensucian.
Tampoco a los que no hacen travesuras, no hayan roto alguna pieza valiosa de casa o no se suben a la cama sin permiso.
Cada perro es diferente y cada uno es perfecto. ¿Qué sería de nosotros sin empezar el día con un lengüetazo de nuestro mejor amigo? ¿La vida tendría la misma emoción si no tuviéramos que perseguir a nuestro perro cuando trae algo en el hocico? ¿Seríamos felices?

Pensándolo bien qué aburrido ha de ser tener la casa limpia y ordenada, es preferible encontrar y tropezar con juguetes en el piso o ver cómo la cola de los perrhijos tira cosas a su paso; tampoco está mal limpiar una que otra pipí de vez en cuando.
¿Se imaginan el silencio que habría sin esas cuatro o más patitas siguiéndonos a donde vayamos? ¿O qué tal sin esos ladridos repentinos que nos han asustado varias veces?
Qué triste sería no tener un perro que nos mire de la manera más tierna posible para que le compartamos de nuestra comida, o que esté atento a ver si no cae algo delicioso al piso para correr por él de inmediato.

También sería extraño no tener esos recibimientos tan efusivos siempre que regresamos a casa después de que los perrhijos nos esperaron durante largas horas.
La vida sin perros no sería vida. A veces nos hacen enojar, tienen comportamientos que no entendemos, pensamos que no nos quieren obedecer, pero tal vez ellos no saben qué esperamos de ellos.
Un perro perfecto no es aquél que se porta bien y obedece en todo momento, la perfección tampoco se relaciona con la raza ni la edad.
Un perro perfecto es aquél que ama incondicionalmente y esa capacidad la tiene cada uno, por esa razón todos los perros son perfectos.