Lo que parecía una historia con final feliz saliendo de una caja regalo, con muchas personas frente a mí sonriendo y un pequeño niño sosteniéndome entre sus brazos, al paso de unos meses terminó en tristeza y decepción.
Yo era apenas un cachorro cuando llegué a esa casa, estaba muy emocionado, corría, quería jugar todo el tiempo y amé a los humanos que vivían ahí desde del primer día.
Las cosas se empezaron a complicar, me gritaban casi siempre y a mí me costaba trabajo entender qué querían de mí, solo me quedaba quieto, esperando con tristeza que ya no me dijeran nada.
El niño que me sacó de la caja solo jugó unos días conmigo, después dejó de hacerme caso, cuando me acercaba a él solo me decía unas palabras y se iba a su cuarto, no podía seguirlo porque tenia prohibido entrar con él.
Cada vez me gritaban más, se enojaban conmigo, no me daban amor y todo el tiempo tenía que estar en el jardín de la casa sin poder entrar aunque estuviera lloviendo o el sol me quemara.
Lo más triste fue cuando me echaron a la calle, abrieron la puerta, caminaron unos pasos conmigo, yo iba delante de ellos y cuando voltee ya no estaban, me quedé solo en medio de la calle sin saber qué hacer.
Pasaron los días y la vida se puso más difícil, no tenía comida, debía buscar un lugar seguro para dormir, aprendí a huir de personas que me querían maltratar, también a plantarme afuera de los negocios de comida en espera de que alguien me ofreciera algo, etc.
Los perros estamos listos para cuidar y llenar de amor a nuestros dueños, sin embargo, no todas las personas están listas para cuidar de nosotros y brindarnos amor, tiempo, paciencia y compresión.
Siempre me pregunto qué hice mal para que se deshicieran de mí, no quisiera que más perritos terminaran como yo, me encantaría que si alguien decide regalar un mejor amigo de cuatro patas, su nueva familia lo cuide y ame durante toda su vida.
Ser un regalo es complicado, no sabemos si la vida nos cambiará para bien o terminaremos abandonados, por eso preferimos ser una elección.
